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Reportaje

REVELACIONES DEL TRAUMA PSÍQUICO: POSTCONFLICTO Y PSICOLOGÍA MILITAR.

Recientes investigaciones acerca del conflicto armado o guerra civil local,  definen al apremio armado como la aberración del sistema social gubernamental, una falencia de titulación colectiva, con intenciones pretenciosas secundadas por una ideología personal, impartida a individuos para generar tradición violenta o censura de pensamientos y convicciones.

El conflicto armado,  se remonta a acciones particulares asumidas por un colectivo “irreverente” – como lo define el concepto de grupo armado militar, de la corporación nuevo arco iris – que usa una ideología con un propósito violento, que sin parecerlo, afecta a una población específica  general, como en el Estado Colombiano (civiles, autoridades , instituciones, periodistas, mujeres, soldados, niños etc.). La psicología clínica militar, se adjudica a la determinación del postconflicto y las aberraciones de una ideología conflictiva, instaurada en un individuo y en acentuación mental permanente sobre un sujeto en el que prevalece un fenómeno traumático, posterior a un ataque militar, un enfrentamiento bélico o una exposición violenta reiterativa. La revelación y aproximación a la psicología militar y al  postconflicto en extensión a partir de esta investigación:

“Los hechos no son más que acotaciones visuales arraigadas a la memoria y a la tradición psicológica humana”  (precisamente cuando se trata de violencia, sexo, muerte y desolación) – describe Carlos Alberto Aragón Sánchez, psicólogo de la Escuela Militar de Cadetes, José María Córdoba – que culminan en un hecho traumático mental, sujeto a acciones del pasado, vinculadas a la muerte y a las imágenes perturbadoras de la guerra, la violencia, el conflicto y la aberración por la paz a través de otros medios (alejados del aseguramiento por la vida y la integridad humana). El estudio de Psicología Militar y Conflictiva en la Escuela Militar de Cadetes José María Córdoba, confirma que los traumas posteriores a la guerra, difícilmente se olvidan y se “adhieren a la vida social de un militante” – según Patricia Daza, psicóloga especializada en psicología de los pueblos -, resultado de un patrón repetitivo  que idealiza una figura emblemática o un modelo a seguir (esos iconos de guerra mundial, Hitler, Ernesto Che Guevara y si se quiere el General Oscar Naranjo).

 

Teniente Michael Díaz

¿No responde con seguridad a la pregunta que lo compromete con la premisa de orden militar: “no lo conozco, pero estaría dispuesto a dar la vida por usted”? – “No lo hago completamente seguro. Sencillamente me inclino por la vacilación y la razón.

Es una cuestión de emoción y de corazón, sí bien, no estoy dispuesto a caer en combate o a dejarme “pelar”, lo que me preocupa es que como Teniente, dé estas declaraciones sin repercusión social o, que mi vida corra peligro al no sentirme completamente convincente por la labor militar que tengo con mi país - asegura el Teniente Díaz (Michael), frente a las reiterativas preguntas del discurso narrativo de

“dar la vida por el Ejército Nacional”, durante una de las entrevistas personales que hacen parte de este reportaje y que posteriormente tendrá ampliación investigativa.

Seguramente, conmovido por la tensión que inspira una entrevista frente a un​ periodista, el Teniente Michael Díaz simula una posición cómoda para responder los cuestionamientos que dos de los miembros del equipo investigativo (Lorena Beltrán, Daniela Castro y yo, Cristian Gutiérrez) arrojan contra él – “como las balas de un contraataque en medio de la selva, en el municipio de San Vicente del Caguán”- según sus relatos sobre su intervención armada, en medio de uno de los ataques del frente 63 de las FARC, en la verdea Villalobos, al occidente del departamento de Caquetá, cercano a Florencia, capital de este estado Colombiano.



Su perspectiva es “imbatible”, defensiva y protectora, aunque, ciertamente con las reuniones que vendrían después “aflojaría el alma, ablandaría” (en el glosario del ejército nacional, comprendido como la acción de ablandar.  

 

“La psicología moderna, se dedica a examinar comportamientos y acciones producidas por un individuo en un medio social y personal” – asegura el psicólogo Alberto Aragón, apaleando a su libro de psicología militar (especialización académica profesional) perjudicial para quien en algún momento produjo una matanza, asesinó, degolló o usó cualquier modalidad de homicidio en pro de un “causa militar” que busca la paz de manera violenta. Regresa el Comandante Aragón para reseñar: “Y es que el idealizar figuras es un estado narcótico natural de la capacidad mental humana, la cuestión en sí misma, es evadir la realidad y escaparse hacia la locura y el frenesí asesino, resultado de cualquier otra variación violenta o experiencia conflictiva del pasado”.


​Si se pregunta a psicólogos especializados en Psicología militar, como el Coronel Aragón, la respuesta es rotunda y oscila entre la venganza y la moral, dos de los partes de acción inculcados por el Ejército Nacional a sus miembros (como más adelante, de primera mano, explicará el Teniente Michael Díaz, en sus descabelladas historias de guerra). Sin  embargo, son los bajos mandos del Ejército quienes confirman la teoría del trauma y la locura frenesí, que lleva a los soldados y miembros de las fuerzas militares a historias de violencia -falsos positivos, por ejemplo- represiones y actos de venganza durante la guerra o actos suicidas, traumas morales y dudas existenciales entre soldados, coroneles, comandantes, Tenientes, suboficiales, intendentes etc. Es aquí donde la investigación devela a través de relatos que la vida militar es un ambiente hostil que figura entre las labores humanas con más casos de suicidios, traumas y frustraciones.


 Específicamente, la acción artillera sobre sólidas organizaciones del terreno o sobre tropas a la defensiva, como fase previa del lanzamiento de las ofensivas o como preliminar del asalto definitivo de la Infantería) – confuso pero idealizado en el lenguaje militar colombiano -, como lo referencia Michael, con los días dejaba su actitud soez y despectiva, para dar información precisa y detallada sobre su experiencia en el Ejército Nacional.

Su mirada y corporalidad, no son contundentes y aparentan nerviosismo e intranquilidad, el Teniente Díaz se rasca la nariz, aprieta los dedos de su mano derecha, estrecha sus uñas unas a otras, el sudor sobre su frente es evidente y sus piernas, cruzadas y temblorosas, esperan la pregunta. Como gesto simbólico del rechazo que produce las más de trescientas matanzas -contadas una a una , luego de más de cuatro años en este trajín, asegura - que ha tenido que observar, el Teniente frunce el ceño y toma una actitud prepotente y luego sube el tono de su voz para hablar. Contó en detalle cuando preguntamos por el repudio o asco, como lo define él,  que produce las memorias de “los cuerpos destripados y los cuellos cortados”, de miembros de su escuadrón, que cayeron una noche del 16 de junio de 2012, en uno de los asentamientos del Ejercito Militar, próximo a Las Guacamayas, sector marginal al sur del municipio del Caguán y cercano a otras doce veredas y territorios del campesinado de esta jurisdicción.

El Teniente Michael Díaz, un joven de veinte años, bogotano y aspirante de la Universidad Militar Nueva Granada, para el pregrado en Criminalística y Ciencias forenses, revive con dolor los episodios de su reclutamiento en el Distrito Militar número dos, Batallón de mantenimiento (en la localidad de San Cristóbal Sur, barrio 20 de Julio) cuando, luego de tres meses de su grado como bachiller en diciembre de 2010 tuvo que abandonar el ambiente familiar (humilde y noble, según su descripción) por las condiciones precarias de su vivienda y la nueva construcción del futuro hogar, que lo alejaba de su crianza y maternidad para dedicarse a la “obligación patriótica nacional del género masculino” (según él psicólogo Carlos Alberto Aragón Sánchez), que implica el alejamiento de la vida familiar y la independencia materna.

“Ese ambiente familiar, que ciertamente había dejado ya antes, cuando me tocó ponerme a trabajar en la rusa con mi papá y luego irnos de la casa de mi abuela, porque “le molestaba tanto chino por ahí en la calle vagabundeando”, y luego irnos pa´ los lados de Moralba Sur Oriental, allá cerca al Quindío (barrio bogotano hostil e inseguro) y  donde nace la Chuiguaza (principal quebrada capitalina, que integra el rió Tunjuelito), donde mi papa Omar Díaz, compró un lotecito, donde hace ya como cinco años hemos, o más bien ha estado viviendo mi mamá, con mis tres hermanos Paola, Vanessa, y Dylan, el que es enfermito, - ¿recuerda Cristian? - me dijo - y pues ahí dándole ahora construyendo la casita, que ya he mandado como cuatro milloncitos, que me ha tocado lucharlos porque esos hijueputas coroneles que a veces lo joden a uno y piensan que uno es guevon”, recordaba Michael, con una sonrisa forzada y con la expresión humillante del sometimiento militar por el que pasó antes de llegar a la línea de mando de Teniente Primero.

“La psicología clínica, define al trauma como un episodio latente en la memoria de un individuo, que progresivamente regresa a los recuerdos, de largo o mediano plazo, que causaron cierta repercusión mental y que posteriormente se arraigaron al patrón de sueño o realidad de un ser humano”, así lo afirma la psicóloga Patricia Daza, terapeuta de cabecera en el Centro Comunitario del barrio La Victoria al sur oriente deBogotá. La psicóloga Patricia Daza, describe las situaciones que construyen traumas psicológicos, a partir de su propia vocación social al servicio de la terapia para niños y mujeres, víctimas del conflicto armado, especialmente a los el conflicto e individuos convalecientes de un hecho violento producido por grupos armados al margen de la ley. Michael participó alguna vez de las conferencias que por el 2009 empezaba la psicóloga Daza a dirigir en colegios públicos del sector.

Así llegó la conferencia: “Víctimas del conflicto: una perspectiva ajena en dominio de la psicología” a la Institución Educativa Distrital Moralba Sur Oriental, donde Michael cursaba el décimo grado de bachillerato – luego de la investigación se confirmó la relación entre ambas partes – y sin querer, el destino había juntado a dos personajes ajenos. Michael no pensaba si quiera, que un año después estaría vinculado a las FF.MM, como soldado raso y, la psicóloga Patricia Daza, no imaginó que cuatro años luego haría parte de una investigación con cruce de caminos – ambos sonrieron al conocer dicha coincidencia-.

A uno de los cuestionamientos sobre la fundación que creó en San Vicente (que aún carece de titulación, por decisión del Teniente Díaz), el Teniente Michael Díaz, eufórico y con desmesurada atracción por el tema, nuevamente se sienta con las piernas abiertas (acto que corrobora su comodidad por el orgullo que produce ser un benefactor social de veinte años de edad) y se saca la chaqueta negra que llevaba puesta ese día sudada, por los nervios, se agarra fuerte de la silla, porque al parecerestá contento y se enorgullece de la situación y espera por la pregunta que quiere escuchar: Y sobre la fundación, ¿qué información puede ofrecer?, ¿qué hay detrás de la creación de esta obra benéfica en un sector asediado por el conflicto armado nacional?

El Teniente sonríe y toma una barra de maní que tenía en el bolsillo delantero del pantalón.​ Sobre los diálogos de paz, otra intervención, realizada al soldado raso Ronald Jiménez, recién reclutado por las Fuerzas Militares, conocido y allegado a mi círculo social que luego arremetía contra las reuniones de las FARC y el Gobierno Nacional en la Habana Cuba, y a quien luego, con furia de acuartelamiento, relato su “acuse de recibo” frente a su retiro de su vida con sus abuelos y su iniciativa por incorporarse al Ejercito Nacional, dijo: “Si eso es puro teatro, nosotros si comiendo física mierda y metidos en Tolemaida colando frío y chupando calor, mientras que el Gobierno hace una pantomima de dialogo de paz fuera del país, quienes nos quedamos somos quienes nos jodemos”, señala este soldado de 18 años.

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